lunes, 11 de mayo de 2009

Encuentro con el pasado. Capítulo 2: Residencia "La Atalaya"


Eran las tres y media de la tarde y nuestras tripas comenzaban a sonar. Habíamos pasado Salamanca y buscábamos un bar para podernos comer un bocadillo. Era difícil porque el que no tenia sus puertas cerradas, no tenía un buen sitio para aparcar nuestro flamante coche y entonces, por supuesto, pasábamos de largo. Recorrimos muchos kilómetros hasta encontrar el sitio perfecto (para el coche), porque lo que fué el bar, estaba vacío. Es decir, no tenía nada de nada, por no tener no tenia ni educación la camarera, que nos atendió bruscamente cuando al pedirle un café con leche fría ésto la debió de incomodar porque el golpe que dió en la cafetera al dejar la jarra fue muy fuerte y, por supuesto, nos produjo muchísima risa.

Al salir sin decir adiós, por la risa, nos dirigimos al coche que tan bien aparcadito estaba a la puerta de la residencia "LA ATALAYA". Allí, muy chula mi hermana y a cierta distancia, activó el mando de apertura del coche, lo que le debió de gustar al jubilado que salia en ese momento, y al que muy risueña ella le preguntó si quedaba mucho para llegar a GUIJUELO (allí me había prometido comernos un bocadillo de jamón).

- Por favor, ¿sabría decirnos si queda mucho para Guijuelo?

El hombre sonreía a la vez que se acercaba haciéndonos gestos enérgicos y rápidos, abría y cerraba los dedos de las manos indicándonos las luces. Después, su mano, la cruzaba en su pecho indicándonos el cinturón y también incluso giraba el brazo rápidamente haciendo el gesto de subir la ventanilla.

- Oye, vámonos de aquí- le dije a mi hermana-, que este avanza hacia nosotras y parece que quiere subirse en la parte de atrás.

Subimos al coche dejándolo con esos movimientos tan energéticos que casi parecía un policía local al que se le había ido la olla. Fue entonces cuando nos asalto la duda: ¿la residencia seria de la tercera edad o un manicomio?

Guijuelo no quedaba lejos: 23 kilómetros (lo pudimos saber mas tarde por un indicador en la carretera) aunque allí tampoco pudimos comer, pues estaba todo cerrado. Mas bien parecía un pueblo fantasma.

Pasamos el pueblo y mi hermana se asustaba de la velocidad que llevaban los coches al adelantarla. Yo la tranquilizaba en todo momento diciéndole que iban alegres porque ellos ya habían comido y nosotras cada vez mas lentas; ciertamente nos faltaba el bocata de jamón de Guijuelo.


En el próximo episodio:


El tapón de la gasolina.

4 comentarios:

Gato Negro dijo...

Como buen "blogero", te escribo nada mas ver tu entrada. Me hubiera gustado, como dices tu, veros con un agujerito pequeño y seguiros durante todo el viaje. Un beso.

Candela dijo...

Veo que te divertiste mucho en ese viaje. Yo también.
Un beso.

condado dijo...

Pues ya somos tres

Unknown dijo...

No, somos cuatro.

Besos impacientes